¿QUÉ ES LO MÁS IMPORTANTE EN LA VIDA?

... Y PARA TÍ?
?L
a Salud (como lo afirma la mayor parte de la población) o más bien la Familia (padre, madre, hija...); o quizás la Pareja, o el Amor en general; los Amigos; la Generosidad y Caridad; tu perro o gato; el Trabajo; la Carrera, la Reputación,
el Saber (=Poder),
la Casa; el Poder; Ser feliz; la Religión o, mejor, la Fé en Dios; las Ense
n
anzas de Jesús y los Diez Mandamientos; el Autoconocimiento o sea Conocerse a sí mismo (como recomienda el oráculo de Delfos);
los eternos Valores Humanos Universales (Solidaridad,Tolerancia,Dar,
Ayudar a los demás,Humildad,Respeto
... y muchos más);
lo que se llama el Despertar la Conciencia, o simplemente Disfrutar de la vida y Divertirse?

... teniendo en cuenta como va el Mundo y la Humanidad, con tantos abusos y violaciones de Derechos Humanos, tantas agresiones al Medio Ambiente, un Sistema de "Salud" deshumanizado, r
educiendo los animales en meros productos de alimentación,
el Cambio Climático sin frenar, el Sentido Común en vías de extinción, con tanto Egoismo buscando cada uno cómo aprovecharse y yendo a lo suyo …

En resúmen, cabe preguntarse lo siguiente :
?CUAL ES LA RAZÓN, EL SENTIDO DE NUESTRA EXISTENCIA EN ESTA TIERRA?

= = = = = = = = = = = =

"Conócete a ti mismo y conocerás al Universo y a los Dioses."

"Si el individuo no tiene Paz en su interior,
la sociedad, el mundo vivirá en conflicto irremediablemente."

"Haz a los demás lo que quieres que te hagan a tí."

20/8/09

Las tres preguntas del Emperador

(una pequeña historia del poeta ruso Leo Tolstoi)

Un cierto emperador pensó un día que si conociera la respuesta a las siguientes tres preguntas, nunca fallaría en ninguna cuestión. Las preguntas eran:
  • ¿Cual es el momento más oportuno para hacer cada cosa?
  • ¿Cual es la persona más importante con la que trabajar?
  • ¿Cual es la cosa más importante para hacer en todo momento?
El emperador publicó un edicto a través de todo su reino anunciando que cualquiera que pudiera responder a estas tres preguntas recibiría una gran recompensa, y muchos de los que leyeron el edicto emprendieron el camino al palacio; cada uno llevaba una respuesta diferente que ofrecer al emperador.

Como respuesta a la primera pregunta, una persona le aconsejó proyectar minuciosamente su tiempo, consagrando cada hora, cada día, cada mes y cada año a ciertas tareas y seguir el programa al pie de la letra. Sólo de esa manera podría esperar realizar cada cosa en su momento. Otra persona le dijo que era imposible planear de antemano y que el emperador debería desechar toda distracción inútil y permanecer atento a todo para saber qué hacer en todo momento. Alguien insistió en que el emperador, por sí mismo, nunca podría esperar tener la previsión y competencia necesaria para decidir en cada momento cuándo hacer cada cosa y que lo que realmente necesitaba era establecer un “Consejo de Sabios” y actuar conforme a su consejo.
Alguien afirmó que ciertas materias exigen una decisión inmediata y no pueden esperar los resultados de una consulta, pero que si él quería saber de antemano lo que iba a suceder debía consultar a magos y adivinos.

Las respuestas a la segunda pregunta tampoco eran acordes. Una persona dijo que el emperador necesitaba depositar toda su confianza en administradores; otra le animaba a depositar su confianza en sacerdotes y monjes, mientras algunos recomendaban a los médicos; otros que depositara su fé en los guerreros.

La tercera pregunta trajo también una variedad similar de respuestas. Algunos decían que la ciencia era el empeño más importante; otros insistían en la religión e incluso algunos clamaban por el cuerpo militar como lo más importante. Y puesto que las respuestas eran todas distintas, el emperador no se sintió complacido con ninguna y la recompensa no fue otorgada.

Después de varias noches de reflexión el emperador resolvió visitar a un ermitaño que vivía en la montaña y del que se decía era un hombre iluminado. El emperador deseó encontrar al ermitaño y hacerle las tres preguntas, aunque sabía que él nunca dejaba la montaña y se sabía que sólo recibía a los pobres rehusando tener algo que ver con ricos o poderosos. Así pues el emperador se vistió de simple campesino y ordenó s sus servidores que le aguardaran al pie de la montaña mientras él subía solo a buscar el ermitaño.

Al llegar al lugar donde habitaba el hombre santo, el emperador le halló cavando en el jardín frente a su pequeña cabaña. Cuando el ermitaño vio al extranjero, movió su cabeza en señal de saludo y siguió su trabajo. La labor, obviamente, era dura para él, pues se trataba de un hombre anciano, y cada vez que introducía la pala en la tierra para removerla, la empujaba pesadamente.
El emperador se aproximó a él y le dijo: “He venido a pedir tu ayuda para tres cuestiones: ¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa? - ¿Quiénes son las personas más importantes con las que uno debe trabajar? – ¿Qué cosa es la más importante que hacer en todo momento?

El ermitaño le escuchó atentamente pero no respondió. Solamente posó su mano sobre su hombro y luego continuó cavando. El emperador dijo: “Debes estar cansado, déjame que te eche una mano.” El eremita le dio las gracias, le pasó la pala al emperador y se sentó en el suelo a descansar.
Después de haber cavado dos cuadros, el emperador paró, se volvió el eremita y repitió sus preguntas. El eremita tampoco contestó sino que se levantó y señalando la pala dijo: “Por qué no descansas ahora? Yo pudo hacerlo de nuevo.” Pero el emperador no le dio la pala y continuó cavando. Pasó una ora, luego otra y finalmente el sol comenzó a ponerse tras las montañas. El emperador dejó la pala y dijo al ermitaño: “Vine a ver si podías responder a mis tres preguntas, pero si no puedes dame una respuesta dímelo para que pueda volverme.”
El eremita levantó la cabeza y preguntó al emperador: “Has oído a alguien corriendo por allí?” El emperador volvió la cabeza y de repente ambos vieron a un hombre con una larga barba blanca que salía del bosque. Corría enloquecidamente presionando sus manos contra una herida sangrante en su estómago. El hombre corría hacia el emperador antes de caer inconsciente al suelo donde yació gimiendo.
Al rasgar los vestidos del hombre, emperador y ermitaño vieron que el hombre había recibido una profunda cuchillada. El emperador limpió la herida cuidadosamente y luego usó su propia camisa para vendarle, pero la sangre empapó totalmente la venda en unos minutos. Aclaró la camisa vendó la herida por segunda vez y continuó haciéndolo hasta que la herida cesó de sangrar.
El herido recuperó la conciencia y pidió un vaso de agua. El emperador corrió al arroyo y trajo un jarro de agua fresca. Mientras tanto se había puesto el sol y el aire de la noche había comenzado a refrescar. El ermita ayudó al emperador a llevar al hombre hasta la cabaña donde le acostaron sobre la cama del ermitaño. El hombre cerró los ojos y se quedó tranquilo. El emperador estaba rendido tras un largo día de subir la montaña y cavar en el jardín, y tras apoyarse contra la puerta se quedó dormido.
Cuando despertó el sol asomaba ya sobre las montañas. Durante un momento olvidó donde estaba y lo que había venido a hacer. Miró hacia la cama y vio al herido, que también miraba confuso a su alrededor. Cuando vio al emperador, le miró fijamente y le dijo con un leve suspiro: “Por favor, perdóname.”
“Pero ¿qué has hecho por lo que yo deba perdonarte?” preguntó el emperador.
“Tu no me conoces, Majestad, pero yo te conozco a ti. Yo era tu implacable enemigo y había jurado vengarme de ti porque durante la pasada guerra tu mataste a mi hermano y embargaste mi propiedad. Cuando me informaron de que ibas a venir solo a la montaña para ver al ermitaño, decidí sorprenderte en el camino de vuelta y matarte. Tras esperar largo rato sin ver signos de ti, dejé mi emboscada para salir a buscarte. Pero en lugar de dar contigo tipé con tus servidores que me reconocieron y me atraparon haciéndome esta herida. Afortunadamente pude escapar y corrí hacia aquí. Si no te hubiea encontrado seguramente ahora estaría muerto.
¡Yo había intentado matarte, pero en lugar de ello tú has salvado mi vida!
Me siento más avergonzado y agradecido de lo que las palabras pueden expresar. Si vivo, juro que seré tu servidor el resto de mi vida y ordenaré a mis hijos y a mis nietos que hagan lo mismo. Por favor, Majestad, concédeme tu perdón.
El emperador se alegró muchísimo al ver que se había reconciliado fácilmente con un acérrimo enemigo, y no sólo lo perdonó sino que le prometió devolverle su propiedad y enviarle a sus propios médicos y servidores para que le atendieran hasta que estuviera totalmente restablecido.
Tras ordenar a sus sirvientes que llevaran al hombre a su casa, el emperador volvió a ver al ermitaño. Antes de volver a su palacio quería repetir sus preguntas por última vez. Encontró al ermitaño sembrando el terreno que ambos habían cavado el día anterior. El ermitaño se incorporó y miró al emperador. “Tus preguntas ya has sido contestadas.”
“Pero, ¿cómo?”, preguntó el emperador confuso.
“Ayer, si su Majestad no se hubiera compadecido de mi edad y me hubiera ayudado a cavar estos cuadros, habría sido atacado por ese hombre en su camino de vuelta. Entonces habría lamentado no haberse quedado conmigo. Por tanto

el tiempo más importante fue el tiempo
que pasaste cavando los cuadros.

La persona más importante era yo mismo;

y el empeño más importante era ayudarme a mí.

Más tarde, cuando el herido corría hacia aquí,

el momento más oportuno fue el tiempo
que pasaste curando su herida,

porque si no le hubieses cuidado habría muerto y habrías perdido la oportunidad de reconciliarte con él. De esta manera

la persona más importante fue él

y el objetivo más importante fue curar su herida.

Recuerda:

Sólo hay un momento importante en la vida,
y es AHORA.

El momento actual es el único sobre el que tenemos dominio.

La persona más importante
es siempre la persona con la que estás,

la que está delante de ti porque quién sabe si tendrás trato con otra persona en el futuro.

El propósito más importante
es hacer que esa persona,
la que está junto a ti,
sea feliz,

porque ese es el único propósito de la vida.

(del librito “Cómo lograr el milagro d vivir despierto”, del monje vietnamita Thich Nhat Hanh, Ediciones CEDEL, 1981)

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